EL RELATIVISMO LINGÜÍSTICO
En nuestro último video, que aquí os dejo, hablamos de la tipología morfológica y de cómo podíamos encasillar las lenguas no sólo mediante sus familias sino también por la manera en la cual se estructuran sus palabras. Hemos visto de forma muy escueta las principales diferencias entre las lenguas flexivas o fusionantes, las aglutinantes y las aislantes.
Luego de repasar toda esta información, llegamos a la conclusión de que un hablante de japonés, por ejemplo, que estructura sus palabras de forma aglutinante y sus oraciones principalmente bajo el orden Sujeto-Objeto-Verbo; sucumbe a un proceso mental totalmente distinto al de un hablante de castellano, lengua flexiva con un orden Sujeto-Verbo-Objeto. Y, si a esto le sumamos el hecho de que cada idioma cuenta con palabras intraducibles (hay incluso lenguas que solo tienen nombres para dos colores o que no tienen números y cuentan con partes del cuerpo), podríamos decir que la realidad y el mundo que ven estos dos hablantes varía totalmente.
Esta teoría es llamada relativismo lingüístico y se atribuye de forma póstuma a Benjamin Lee Whorf y a su profesor, Edward Sapir. Se propone entonces que según los idiomas varían las formas en las que uno visualiza y conceptualiza el mundo, cosa que deriva también en que estos hablantes piensen distinto. Esta teoría (hipótesis Sapir-Whorf) tiene su versión más fuerte y conservadora, que nos dice que la lengua hablada limita las capacidades cognitivas (a esto se lo llama determinismo lingüístico y hoy en día casi no tiene seguidores); y su versión más holgada, donde esta influencia condicionaría de forma más leve y flexible al pensamiento (versión más apoyada). Al fin y al cabo, los inuit tienen varias palabras para “nieve”, todas con distinta raíz y etimología. Y es cierto que, dónde ellos ven muchas “nieves” distintas (muchos fenómenos distintos), nosotros vemos solo una. Nuestra realidad está por ende limitada por nuestro lenguaje. Sin embargo, luego de ser introducidos y de recibir una explicación somos capaces de distinguir entre esas “nieves”, aunque las sigamos categorizando bajo el mismo único nombre debido a la poca importancia que conllevan esas diferencias en nuestra cultura. Lo mismo pasa en los muchos idiomas que encasillan el azul y el verde bajo la misma palabra. Luego de cierto proceso podrán diferenciarlos, pero les seguirá siendo irrelevante.
No por nada aquí en Galicia hay más de 75 palabras para decir “lluvia” en gallego además de “chuvia”, muchas de ellas con raíces y etimologías totalmente distintas: babuxa, barbaña, barbuza, barrallo, barrufa, barruñeira, barruzo, borralla, breca, chuvisca, chuviscada, chuviñada, froallo, lapiñeira, marmaña, orballo, parruma, parrumada, patiñeira, patumeira, poalla, poallada, poalleira, poallo, zarzallo… Y un largo etcétera.
Muy sabiamente nos hablaba Karl Kerenyi hace unos cincuenta años diciendo:
“La interdependencia del pensamiento y el discurso deja claro que los lenguajes no son tanto medios para expresar una verdad que ya ha quedado establecida sino medios de descubrimiento de una verdad previamente desconocida. Su diversidad es una diversidad no de sonidos y signos sino de formas de ver el mundo.”
Resumiendo, la visión más aceptada hoy en día del relativismo lingüístico es ésta que nos dice que efectivamente vemos el mundo de diferentes maneras, pero al mismo tiempo somos capaces de comprenderlo. Esto deja como extrema y poco creíble a la teoría del determinismo lingüístico.
¿Vosotros que opináis? ¿Creéis que es así? ¿O sois más partidarios del “innatismo” propuesto por Noam Chomsky (los bebés ya cuentan de forma universal, como seres humanos, de un conocimiento previo y neutral del lenguaje)?
No hay duda de que estudiar idiomas te abre la mente a otras formas de percibir el mundo. Te invitamos a recorrer este camino con nosotros.
¡Nos vemos en clase o en el próximo artículo!